Ser diferente o ser más barato: esa es la cuestión
Una fábula urbana cuenta que Picasso iba caminando por la calle y una mujer lo reconoció y le dijo “¿podría por favor hacer un pequeño dibujo para mí?”.
El pintor dibujó en un papel y se la dio a la mujer diciéndole “va a ser un millón de dólares” y ella respondió “pero, sólo le tomó 30 segundos dibujar esta pequeña obra de arte”, a lo cual Picasso le dijo “amable señora, me tomó 30 años dibujar esto en 30 segundos.”
Picasso no es el único artista que trabajó durante décadas para ser un maestro. Incluso las personas con increíbles talentos difícilmente produce trabajos transcendentes sin años de práctica de su oficio.
En la cultura oxidental, por lo general, valoramos nuestro trabajo por horas invertidas y probablemente esto sea un grave error en una cantidad de oficios.
¿Qué pasa cuando invertimos esta línea de pensamiento? Es decir, si consideramos el tiempo que le ahorramos a nuetros clientes si ellos tuvieran que aprender a hacer por si mismos lo que nosotros sabemos hacer. A medida que nos convertimos en expertos en nuestra materia, la curva de aprendizaje y, por tanto la capacidad de ejecutar nuestro trabajo se acelera y por ende necesitamos menos tiempo para hacer un trabajo de calidad. Entonces, ¿no se justifca valorar en su justa medida el tiempo que nos ha costado crear algo de buena calidad y transformarnos en referentes en el oficio?
Ciertamente, los clientes no nos quieren por lo que hacemos, sino por lo que ellos obtienen de nosotros. No necesitan saber el tiempo que invertimos en sus proyectos. Lo que quieren son resultados y mientras éstos sean satisfactorios, el tiempo que necesitamos para conseguirlos es totalmente irrelevante para ellos.
Por lo tanto, lo importante no es fijar los precios únicamente en relación a las horas invertidas, sino y especialmente por el valor aportado. Cuando los clientes confían en nosotros, consideran nuestra trayectoria y son más propensos a valorar positivamente nuestra propuesta de valor.
Para algunos de nosotros, el éxito se mide por nuestra capacidad de innovar y demostrar. ¿Si subimos nuestros precios, vamos a perder clientes? Posiblemente. Pero también es posible que tengamos clientes que valoran más nuestro trabajo.
Un precio alto influye en la percepción de calidad y por lo general, se asume que tiene alto valor agregado. Ahora bien, siempre va a haber alguien que quiera un “Audi” al precio de un “Lifan”, a éstas solicitudes a veces es más conveniente descártalas, siempre entre la competencia hay alguno que les podrá hacer el trabajo más barato.
En el caso de un sitio Web, por ejemplo, para tener clientes no basta con hacer el sitio web y listo. Hay que conocer las tendencias de diseño, el lenguaje del color, la usabilidad, analizar la experiencia del usuario, seleccionar y articular lenguajes de programación de acuerdo a los fines, conocer de seo, etc, etc.
Al final del día, todo se reduce a ser o diferente o ser más barato.